LIBRO DE LOS NÚMEROS
Introducción de
la Biblia oficial del Episcopado Español
para uso de la
liturgia y de la catequesis (2010)
El libro y su
formación
El
libro de los Números es el cuarto de los cinco que componen el Pentateuco. Los
de Éxodo y Levítico, a los que sigue, habían dejado a la comunidad de Israel en
el desierto del Sinaí, al pie de la montaña sagrada. Allí había entregado el
Señor la Alianza y la Ley al pueblo, había sido construido el Santuario, había
sido consagrado Sacerdote Aarón y se había inaugurado el culto. Con esos elementos
y con el liderazgo indiscutido de Moisés, el Israel de las doce tribus podía ya
ponerse en marcha rumbo a la tierra prometida a los padres. Es ahí donde toma
Números el hilo de la historia; lo dejará cuando, al cabo de cuarenta años de
peregrinación por el desierto, se encuentre Israel a las puertas de la tierra
prometida.
Frente
a los otros libros del Pentateuco, nombrados con su primera o sus primeras palabras,
la Biblia hebrea denomina al nuestro Bemidbar («En el desierto»), que es su
quinta palabra. Pero el nombre no está mal elegido, porque la historia que
cuenta Números comienza y termina en el desierto. Los traductores griegos lo
llamaron Arithmói («Números»),
seguramente porque está plagado de ellos: véase por ejemplo 1,20-46; 3,14-51;
7,10-83, 26,5-15; Núm 28-29; 31,32-52.
Se
trata de un texto cuya lectura es compleja, en donde no escasean las repeticiones,
las alternancias en el vocabulario y las rupturas en la marcha del relato. Son
indicios de distintas manos, que, en el transcurso de varios siglos, obedecían
a mentalidades e intereses diferentes.
Estructura
Sin entrar en más discusiones ni
detalles, esta sería la ordenación general del libro:
1. El
censo y los levitas: 1,1-4,49.
2. Prescripciones
diversas: 5,1-6,27.
3. Ofrenda
de los jefes y consagración de los levitas: 7,1-8,26.
4. La
Pascua y la partida: 9,1-10,36.
5. Etapas
en el desierto: 11,1-14,45.
6. Normas
sobre los sacrificios: 15,1-19,22.
7. De
Cadés a Moab: 20,1-25,18.
8. Disposiciones
complementarias: 25,19-30,17.
9. El
botín y el reparto: 31,1-36,13.
Mensaje
Las
reiteradas y prolijas enumeraciones que ocupan gran parte del libro lo hacen,
de entrada, poco atractivo y explican que haya sido muy poco comentado a lo
largo de los siglos. Pese a ello, el libro tiene todavía hoy algo importante
que decir al pueblo de Dios.
La
tierra prometida a los patriarcas como meta es el hilo conductor del libro.
Lsta es la razón por la que el pueblo no se puede quedar ni en el Sinaí, ni en
Cades, ni en Moab: 10,29; 13,1 s. En 26,52-56 se dan las normas para el reparto
de la tierra; y en 34,1-16 se describen sus fronteras.
Junto
a este sentido general, no faltan otros temas de honda significación para el
pueblo de Dios.
a) Israel,
pueblo elegido y bendito. Israel, por ser el pueblo elegido de Dios, tiene
que ser un pueblo distinto. A las prácticas mayores, como la circuncisión y el
sábado, se añaden otras menores, pero muy visibles, como las normas sobre los
flecos de los vestidos (15,37-40).
Por
ser el pueblo elegido, Israel es un pueblo especialmente bendito. Núm 6,22-27 recoge
una fórmula preciosa de bendición. Este es el tema central de los cuatro poemas
de Balaán (Núm 23-24): llamado por Balac, rey Moab, para maldecir a Israel, no
acierta a proferir más que bendiciones.
b) El
pueblo elegido es la morada del Señor. «Tú, Señor, estás en medio de este
pueblo y te dejas ver cara a cara» (Núm 14,14). Según Núm 2, las doce tribus
israelitas, con su campamento cuadrangular, encuadran la Tienda del Encuentro
rodeada por los levitas (Núm 3,14-39). No es cuestión de estrategia de defensa.
Lo que se quiere significar es que, ya desde los días del desierto y hasta el
presente, Dios vive er medio del pueblo. En los desplazamientos por el desierto
el pueblo camina, como en procesión religiosa, conducido por Dios, que se hace
presente en la nube por el di: y en la columna de fuego por la noche (Núm
9,17).
c) El
Señor es, por el ministerio de Moisés, el único rey de su pueblo. Israel no
tie ne más ley que la palabra de su Señor. Dios ejerce su realeza a través de
Moisés, si vicario y portavoz. Moisés es su hombre de confianza (Núm 12,6-8).
Toda la legisla ción de Israel, aunque haya sido formulada en tiempos más
cercanos a nosotros, s atribuye a Moisés (7,89; véase 1 l,24s). Así, siendo
Moisés el portavoz fidelísimo d Dios, todas las leyes de Israel, aunque
históricamente tengan un origen humano poí terior, son leyes divinas, y están
amparadas y exigidas por la alianza del Sinaí.
La
autoridad de Moisés no menoscaba la realeza única de Dios, sino que la realz;
Moisés es el prototipo del profeta, siervo del Señor, pendiente siempre de su
boca. Com profeta, le corresponde interceder por el pueblo, función que él
ejerce como nadie. Si súplicas son modelo de oración apasionada y apremiante (véase,
por ejemplo, 11,1 ls
d) La
figura de Aarón y la importancia del culto. En unos escritos principalmeni
sacerdotales no podía menos de otorgarse un especial relieve a Aarón, el
epónimo c la clase sacerdotal jerosolimitana y su presunto padre. Pero Aarón
dista mucho de ti ner la importancia de Moisés.
El
derecho exclusivo de los aarónidas al sacerdocio se quiere asentar en lo suced
do en el desierto. La historia de la vara florecida de Aarón, eliminadas todas
las d más (Núm 17,16-26), significa la exclusividad de los descendientes de
Aarón en ejercicio del sacerdocio. Muerto Aarón (Núm 20,28), le sucede en el
cargo su hi Eleazar (véase 31,25-47). «Acercarse» al santuario o al altar es
privilegio exclusivo i los legítimos sacerdotes (18,7). La cercanía a! Señor es
peligrosa y solo se tolera a 1 uHmitirlns a ella. Una serie de episodios
trágicos corrobora que solo Aarón
e) La
sucesión de los líderes. Tanto Moisés como Aarón eran mortales, y habían de
tener sucesores. A Moisés le sucederá Josué (27,15-20), el cual ya no tendrá
sucesor. El sucesor de Aarón será su hijo Eleazar (20,25-28). Pero la relación
Moisés/Aarón no se mantendrá sino que se invertirá tras su muerte. Mientras
vivió Moisés, el sacerdote fue una figura subordinada a la de Moisés; en cambio
Josué, según la tradición sacerdotal, estará sometido a la autoridad del
descendiente de Aarón (27,21-23).
f) Israel,
infiel. Israel no hizo honor en el desierto a su condición de elegido.
Nuestro libro está muy lejos de pintarnos como modélica la conducta del pueblo
del desierto. F.l desierto fue un tiempo de prueba (véase Dt 8,1-6), en el que
el Señor quería ver si su pueblo seguía confiando en él a pesar de las
privaciones propias de aquel lugar.
Quienes
habían dado culto al becerro de oro (Éx 32) volvieron a caer en la idolatría en
cuanto se les presentó la ocasión (Núm 15,1-3). Ello explica que el relato del
libro de los Números sea, en buena medida, una tragedia. Las infidelidades del
pueblo acarrearon los correspondientes castigos, de los que no se salvaron ni
siquiera Moisés y Aarón, pues, excepto Caleb y Josué, toda la generación del
éxodo, salida de Egipto en busca de la patria prometida a los padres, fue
condenada a morir en el desierto (Núm 14,20-35; etc.).
Este
carácter trágico del libro tiene una expresión elocuente en los dos censos de
la población puestos respectivamente al comienzo, todavía en el Sinaí (Núm 1),
y hacia el término (Núm 26) del libro, en vísperas de la entrada en Canaán.
Un
mensaje final optimista. Con todo, y a pesar de los castigos divinos y las penalidades
del desierto, el pueblo está en disposición de entrar en la tierra prometida.
El castigo no ha sido la última palabra de Dios. Como en la historia posterior
de Israel, al pecado siguió el castigo, al castigo el arrepentimiento y al
arrepentimiento el perdón y la gracia, manifestados en las intervenciones
providenciales de Dios para proporcionar al pueblo agua, y alimento y para
curar sus enfermedades. Del desierto se espera que saldrá