lunes, 18 de febrero de 2013

8. Éxodo, fe y oración - HIMNOS



8. El Pentateuco, documento de fe,
documento de oración

HIMNOS DEL ÉXODO


Presentación

El estudioso que se aplica a la Escritura con el auxilio de estas páginas no vea en la porción que sigue un capricho literario.
El miércoles 28 de noviembre de 2007, Benedicto XVI, siguiendo el curso de sus catequesis sobre los Padres de la Iglesia, expuso al pueblo fiel la figura de San Efrén de Siria (ca 306-373), Doctor de la Iglesia[1].

“San Efrén nos ha dejando una gran herencia teológica: su notable producción puede reagruparse en cuatro categorías: 
- obras escritas en prosa ordinaria (sus obras polémicas o bien los comentarios bíblicos);
- obras en prosa poética;
- homilías en verso;
- y, por último, los himnos, sin duda la obra más amplia de san Efrén. Es un autor rico e interesante en muchos aspectos, pero sobre todo desde el punto de vista teológico.
Lo específico de su trabajo consiste en que unió teología y poesía. Al acercarnos a su doctrina, desde el inicio debemos poner de relieve que hace teología de forma poética. La poesía le permite profundizar en la reflexión teológica a través de paradojas e imágenes. Al mismo tiempo, su teología se convierte en liturgia, en música: de hecho, era un gran compositor, un músico. Teología, reflexión sobre la fe, poesía, canto y alabanza a Dios están unidos; y precisamente por este carácter litúrgico aparece con nitidez en la teología de san Efrén la verdad divina. En su búsqueda de Dios, al hacer teología, sigue el camino de la paradoja y del símbolo. Privilegia sobre todo las imágenes contrapuestas, pues le sirven para subrayar el misterio de Dios.
(…)

Para expresar el misterio de! Cristo, Efrén utiliza una gran variedad de temas, de expresiones, de imágenes. En uno de sus himnos pone en relación a Adán (en el paraíso) con Cristo (en la Eucaristía).
«Fue cerrando
con la espada del querubín,
hasta dejar cerrado
el camino del árbol de la vida.
Pero para los pueblos,
el Señor de este árbol
se ha entregado él mismo como alimento,
como oblación (eucarística).
Los árboles del Edén
fueron dados como alimento
al primer Adán.
Por nosotros el jardinero
del Jardín en persona
se hizo alimento
para nuestras almas.
De hecho, todos nosotros habíamos salido
del Paraíso junto con Adán,
que lo dejó a sus espaldas.
Ahora que ha sido retirada la espada,
abajo (en la cruz) por la lanza
podemos regresar».
(Himno! 49, 9-11).

        Para hablar de la Eucaristía, Efrén utiliza dos imágenes: las brasas o el carbón ardiente, y la perla. El tema de las brasas está tomado del profeta Isaías (Cf. 6, 6). Es la imagen del serafín, que toma las brasas con las tenazas y roza simplemente los labios del profeta para purificarlos; el cristiano, por el contrario, toca y digiere las mismas Brasas, al mismo Cristo:
«En tu pan se esconde el Espíritu,
que no puede digerirse;
en tu vino está el fuego, que no puede beberse.
El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino:
ésta es la maravilla acogida por nuestros labios.
El serafín no podía acercar sus dedos a las brasas,
a las que sólo pudieron acercarse los labios de Isaías;
ni los dedos las tomaron, ni los labios las digirieron;
pero el Señor nos ha concedido a nosotros ambas cosas. !
El fuego descendió con ira para destruir a los pecadores,
pero el fuego de la gracia desciende sobre el pan y allí permanece.
En vez del fuego que destruyó al hombre,
hemos comido el fuego en el pan
y hemos sido salvados».
(Himno «De Fide», 10, 8-10).

        La figura de Efrén sigue siendo plenamente actual para la vida de varias Iglesias cristianas. Lo descubrimos en primer lugar como teólogo, que a partir de la Sagrada Escritura reflexiona poéticamente en el misterio de la redención del hombre realizada por Cristo, Verbo de Dios encarando. Hace una reflexión teológica expresada con imágenes y símbolos tomados de la naturaleza, de la vida cotidiana y de la Biblia. Efrén confiere a la poesía y a los himnos para la Liturgia un carácter didáctico y catequético; se trata de himnos teológicos y, al mismo tiempo, adecuados para ser recitados en el canto litúrgico. Efrén se sirve de estos himnos para difundir, con motivo de las fiestas litúrgicas, la doctrina de la Iglesia. Con el pasar del tiempo, se han convertido en un instrumento catequético sumamente eficaz para la comunidad cristiana.
        Es importante la reflexión de Efrén sobre el tema de Dios creador: en la creación no hay nada aislado, y el mundo es, junto a la Sagrada Escritura, una Biblia de Dios. Al utilizar de manera equivocada su libertad, el hombre trastoca el orden del cosmos”.

La fe objetiva, proclamada en la Escritura, en el momento oportuno podemos nosotros verterla directamente en oración y canto.
Los poemas que aquí incluimos, pensados como himnos para la liturgia (especialmente para el Oficio de lectura) se refieren al Éxodo, como se alude en la cita adyacente. Cosa similar se puede hacer con el Génesis. Además, el poeta halla un sabor especial en los textos arcaicos, por esa carga singular de simbolismo que en ellos late.


Himnos de oración sobre el Éxodo[2]

1. La hermosura (Ex 2,2)

Igual que el canto mismo de la vida
nacía hermoso el hijo de una hebrea;
de hermoso corazón era la egipcia
que fue a bañarse y vio una cuna cerca.

Y tuvo compasión, oh gran mujer
que no mató el candor ni la belleza;
y en aras del eterno femenino
fue salvo Moïsés por manos tiernas.

Que venza, siempre viva, la ternura,
que inunde la hermosura nuestra tierra,
que sean las entrañas de las madres
calor de Dios y nido de promesas.

Salvado de las aguas, bello anuncio,
prodigio del amor de Dios en vela,
primicias de la Pascua de Israel
y signo de la Iglesia venidera.

Señor excelso, Dios de lo pequeño,
en un cestillo un niño se menea,
y su vagido llega a tus oídos
sonando como un toque de trompeta.

¡Oh Dios de amor, oh Dios de nuestro Éxodo
oh Dios que nos convocas y recreas,
tu gran misericordia sea gloria
y tus prodigios sean nuestra fiesta! Amén.


2. La muerte del egipcio (Ex 2,12)

Mató al egipcio, raudo vengador,
y fue su corazón lleno de miedo;
¿también a mí, cruel, me matarás
igual que ayer mataste al extranjero?

La muerte vengadora engendra muerte,
el hierro ensangrentado afila el hierro,
¿por qué quieres salvar, matando al hombre,
oh ciego redentor de humilde pueblo?

                              * * *

Huyó del Faraón tras el fracaso,
de príncipe a pastor su vida empieza,
y Dios misericordia le aguardaba
en tierra de Madián, cuidando ovejas.

Al céfiro de Dios y junto a un pozo
dejó correr sus días a la espera;
y humildemente dijo como súplica:
“Yo soy un extranjero en tierra ajena”.

Oh Dios que nunca tarda, Dios paciente,
oh Dios que a todos suavemente enseñas,
encima de la frente pon tu mano
y danos hasta dentro tu presencia.

Oh Dios que siempre estás, que no abandonas
oh Padre protector de nuestras sendas,
¡que sea nuestra vida tu alabanza,
que sea así, si tú, Señor, la llevas! Amén.


3. El pastor de Madián (Ex 3,1)

No quiso ser un príncipe de Egipto
y fue no más pastor y desterrado,
el alma en lucha, un hombre buscador,
un pobre y un sediento lacerado.
                             
Cuidaba las ovejas de Jetró
en tierra de Madián aposentado:
desierto y sol y Dios al horizonte,
confín del pobre y todo anhelo humano.

Y a aquel pastor y no a la corte egipcia
y no a los Sacerdotes ni a los Magos,
el Ángel del Señor, la viva llama,
acaeció trayendo el Nombre santo.

El Dios eternamente Dios amante,
divinamente mi Dios enamorado
bajaba por decírselo a un pastor
y abrirle el corazón y sus cuidados.

Mi Dios enamorado que me habla
que baja hasta mi carne y brinda diálogo,
mi Dios excelso en suave voz presente,
que en un abrazo coge mis pecados.
                             
¡Oh Dios, por siempre amor, el excedido,
oh Dios, del hombre triunfo resonado:
por ti, por ti las lágrimas ardientes
de gloria y gratitud de tus amados! Amén.


4. El Verbo se hizo llama (Ex 3,2)

El Verbo se hizo llama esplendorosa,
naciendo incorruptible de la Zarza;
descalza el pie, salvado Moisés,
y llega reverente a quien te llama.

Venid hasta el misterio y adoremos,
que Dios está anunciando que se encarna;
benditas esas ramas encendidas,
que dan a luz a Dios y no se abrasan.

Oh Dios, memoria fiel de tus promesas,
que llevas nuestros nombres en tus palmas,
oh Dios, ternura, fuerza de oprimidos,
arráncanos del látigo y la masa.

Del cielo cae pan que Dios envía,
purísimo maná de la mañana;
y al verlo, a ti, oh Virgen, Vaso de oro,
te vemos con el Hijo figurada.

Avance al Sinaí la santa Iglesia,
llevada por su Esposo en alas de águila,
y dentro del desierto penitente
reciba el diario Pan de la Palabra.

Señor iluminado, luz gloriosa,
festín de cada día en cada página,
loor a ti, radiante junto al Padre,
y amor en el Espíritu que inflama. Amén.

La doble referencia de este himno a la Virgen Madre (Zarza incombustible, vaso de oro que contiene el maná (cf. Hb 9,4) pueden aconsejar que al usarse la composición en Cuaresma, se prefiera el sábado.


5. El Dios de la zarza: Yo soy (Ex 3,14)

Llegamos reverentes, pies descalzos,
a ver a Dios en llama de una zarza.
Dios es fuego, la lumbre que se mueve
y en posesión de nadie queda esclava.

Oh Dios, qué bello eres, cercanía,
humilde en el zarzal que no se abrasa,
misterio que se esconde y aparece,
mi Dios amante, creador, palabra.

Oh Dios, cuánto me amas, para siempre,
y a tu ternura el alma se abalanza,
y en tus caricias quiere verse envuelta,
adentro de tu lumbre como brasa.

Oh Dios, cómo te llamas, que eres nuestro
que dices ser “Yo soy” como quien dice:
“Yo soy tu ser, tu vida, y tú eres mío;
yo soy en ti y tú eres mi alianza”.

Oh Dios, cómo confías, en nosotros,
tus hijos, bien creados por tu gracia,
oh Dios de nuestros labios florecidos,
oh Dios de tus torrentes de abundancia.

Santísimo Señor y Padre amado,
purísimo Jesús de antes del alba,
Espíritu bellísimo y amable:
oh Luz de Trinidad, eternas gracias. Amén.


6. El cántico de los salvados
(Ex 15,11; Ap 15,3-4; 5, 9-10)

Cantemos en el cielo y en la tierra,
el cántico de amor de los salvados;
a gloria eterna de la humilde fuerza.
cantemos al Cordero degollado,

Se hundió en el mar potente el poderío
se fue al abismo el padre del engaño,
se ahogó la fuerza impura y la avaricia
la muerte y la violencia y el pecado.

Surgió el perdón, la paz y la ternura
y un pueblo en agua bautismal lavado;
se ahogó en el rojo abismo el hombre viejo,
cantemos al Cordero degollado.

Cantemos a Jesús, a Dios, su Padre,
con cítaras y túnicas de blanco,
el pueblo entero unidos en un coro,
el canto del Cordero, el nuevo cántico.

Pasado con la Cruz el mar antiguo
cantemos el amor que disfrutamos,
cantad a Dios, oh raza de los hombres,
oh vástagos de Dios enamorado.

Divinidad que cubre nuestras frentes
Espíritu, regalo tras regalo:
¡gozad, gozad, gozad eternamente
y a vuestro gozo, oh Dios amor, alzadnos! Amén.

7. La voz de la trompeta (Ex 19,19)

La voz de la trompeta iba creciendo
y el monte Sinaí al son temblaba,
¡oh Monte de la Fe que estremecido
oíste hablar a Dios en tus entrañas!

«Que sea luz y nazca el bello mundo»:
la voz rompió el silencio de la nada,
y se hizo el Evangelio primitivo
el Día Uno, cándida alborada.

La voz de la Noticia abrió el oído
en tierra de Caldea a un patriarca,
creyó Abraham y se hizo peregrino
cargando al hombro sólo la esperanza.

Al pulso de la historia, pena y gozo,
la voz de una Presencia se acoplaba,
y un diálogo prendía rostro a rostro:
el Hijo oculto hablaba y escuchaba.

Jesús, silbido suave en los Cantares
y trompa poderosa en la Alianza,
abiertos aquí tienes los oídos,
ahora, aquí en silencio, mira y habla.

Jesús, perenne voz, Noticia Buena,
Palabra que en la Iglesia fue sembrada,
contigo, Santo, al Padre bendecimos:
¡oh Dios clemente, Padre de la gracia! Amén.


8. La Ley del Dios que nos ha amado

Primero nos sedujo sin remedio,
de Egipto nos sacó con mano fuerte,
encima de sus alas nos llevó,
fue madre que a su hijo cría y mece.

Primero nos amó de amor gratuito,
con toda su pasión, tan tiernamente;
nos hizo comprender que no era un ídolo,
que oía los gemidos de dolientes.

Oh Dios, cautivador de corazones,
que amándonos enseñas a quererte,
decid la santa Ley de la Alianza,
que en ella, Dios de amor, queremos verte.

Y dijo Dios las Diez Palabras,
abriendonos su pecho confidente,
quería moldearnos como él era,
que fuéramos su imagen esplendente.

Y vino el Hijo amado a recordarnos
la Ley de libertad del fuego ardiente,
y, muerto en una cruz, nos dijo todo,
que es el amor la sola Ley que vence.

Jesús divino, trono de la gracia,
Decálogo de Dios, la Ley perenne,                    
¡a ti sea el amor y la alabanza,
por ser el Hijo amado y obediente! Amén.



9. La Tiniebla luminosa (Ex 20,21)

Adentro en la Tiniebla luminosa
Jesús ha penetrado y expirado;
atrás el Sinaí, la negra llama,
que fue el Calvario el último peldaño.

A solas Dios y él, los dos a solas,
a solas el amor con el pecado;
que cierre el corazón su oscuro abismo
y sienta la orfandad del Solitario.

Adentro en la Tiniebla, Jesús mío,
gusano vil, oh Siervo machacado,
desecho de la gente, tú, precioso,
oh terco Dios, oh Dios tan malparado.

Adentro en la Tiniebla..., ¡calla, mundo,
apaga, Sinaí, tus fuegos bravos,
y tú, Becerro estúpido, maldito,
morid, horror, que muere el Santo!

Jesús..., Jesús..., ribera de esperanza,
¡qué amarga soledad has soportado,
qué noche del infierno, qué locura,
qué heridas criminales por mis manos...!

¡Jesús, Señor, secreto Testamento,
transciende ya la muerte que has matado,
y eterno con el Padre y el Espíritu
por siempre vive y reina consolando! Amén.


10. No envíes mensajero (Ex 33,3.15)

No envíes mensajero, ven tú mismo,
no mandes a tu Ángel en campaña;
no otorgues protector ni des a nadie
el mando y el consuelo de tu vara.

Tu Gloria abrasa, quema los pecados;
y somos todos dignos de tu llama;
mas eres Padre, pródigo en perdones,
y más glorioso cuanto más agracias.

Por eso, ven tú mismo, Padre Santo,
y muestra entre nosotros tu llegada;
levántanos, condúcenos, corrígenos,
mas tú, tan sólo tú, con mano blanda.

O envíanos tu propio corazón,
mandando al Unigénito del alba,
a aquel que viene y entra hasta la médula
y nunca, por venir, de ti se aparta.

Que venga el Verbo y haga su aposento
en todo gozo, en toda pena y lágrima;
y sea nuestra crónica y camino
su historia verdadera y cotidiana.

¡Oh Padre que mandaste a Jesucristo,
nacido del amor de tus entrañas,
envíanos con él, a gloria tuya,
el don de tu ternura y tu alabanza! Amén.

(Este himno puede ser adecuado también para Adviento).


[1] Fue el Papa Benedicto quien declaró a San Efrén Doctor de la Iglesia el 5 de mayo de 1920. Véase la encíclica “Príncipi Apostolorum”. Allí leemos: “No hace falta enumerar sus muchos escritos. "Se dice que escribió tres mil poemas si se los cuenta todos juntos (Sozom., Hist. Ecles., 1. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , c. 15)…”
.
[2] Todo estos himnos han sido colocados este año en el sitio titulado: mercaba.org / fRufino María Grández / Cuaresma: Himnos sobre el Éxodo.

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